El clima como experimento urbano

Elda Luyando López

Lee el texto completo en el número de febrero de 2020 del la Revista de la Universidad de México dedicado al cambio climático.


| Revista de la Universidad de México


Los humanos somos contradictorios cuando observamos la naturaleza. Quedamos embelesados ante imágenes de extrañas formas de vida marina, de insondables selvas de verde imposible, de ríos, de lagos helados, de macro y micro fauna, preciosa en su diversidad. Momentáneamente creamos conciencia y nos enojamos y levantamos una débil voz ante las atrocidades que amenazan con la desaparición de ese idílico mundo que tantas veces vemos sólo en calendarios, videos o fondos de pantalla. Sin embargo, a pesar de nuestro origen y enternecimiento fugaz, cuánto esfuerzo, cuánto trabajo nos cuesta dar un paso fuera de la alfombra. Unas vacaciones ideales, hasta para los más ansiosos por conectarse con la naturaleza, implican, incluso por sobrevivencia, el uso de aditamentos, herramientas y diversos instrumentos producto de siglos de civilización. ¡Nos lo hemos ganado! Siglos de desarrollo tecnológico, desde el palo que nuestros pulgares opuestos nos permitieron blandir para defendernos, hasta lo último en refrigeradores con internet, instrumental médico y autos inteligentes, nos atan a un conglomerado humano bien establecido. Sí, los humanos encontramos que vivir en un lugar fijo, con las necesidades cubiertas, con la compañía de otros seres semejantes y complementarios en sus actividades, era más cómodo y seguro que deambular por el mundo persiguiendo la cena y el cobijo en una lucha perpetua contra los embates de la naturaleza. Somos entes sociales, ante todo, y las ciudades nos han proporcionado esa seguridad, o al menos un espejismo de ella.

Un escaso 5 por ciento de la superficie total del planeta está cubierto por materiales urbanos. Pero esa pequeña fracción contiene a más de la mitad de la población del mundo, y en América Latina, al 80 por ciento. En esa superficie urbana se gestan las principales estrategias y las decisiones políticas y financieras que afectan al planeta entero. Allí mismo se producen los mayores bienes de consumo y se originan los servicios más valorados, como el suministro energético, el trazado hídrico y sanitario y se asienta el sistema educativo, entre otros. Suelen concentrarse también el arte y la cultura en sus más diversas expresiones.

La ciudad es la muestra más emblemática de la civilización. Y nos encanta. Ha sido un potente y exitoso objeto de atracción desde sus primeras versiones hace miles de años, forjándose como un espacio de oportunidad y desarrollo. Desde la imposible Babilonia hasta la resurgida Lisboa. Desde la sagrada Teotihuacán hasta la bulliciosa Damasco.

Vayamos hacia atrás en el tiempo e imaginemos el suelo natural, ya sea desnudo, de pastizal, rocoso, de bosque, lacustre o bien en superficies marinas, con presencia de flora y fauna adaptadas y en correspondencia con el resto de los elementos de la naturaleza (sí, sin romanticismos, padeciendo también los embates de esa naturaleza que puede desatar su furia).

Merodeando ya, se encuentra un grupo de humanos hábiles, inteligentes, que migran de las cuevas de ocupación temporal hacia edificaciones rudimentarias pero propicias para la incipiente agricultura y cría de animales, generalmente cerca de algún cuerpo de agua. Es el comienzo de la pertinaz explotación de los recursos y de la inevitable modificación del ambiente.

A lo largo de miles de años fueron extendiendo sus asentamientos a costa del uso del suelo: talaron bosques, rellenaron pantanos, entubaron ríos, levantaron edificaciones cada vez más sofisticadas y cómodas, organizaron las vías de comunicación para después revestirlas con materiales resistentes e ideales para los vehículos cada vez más modernos. Los drenajes de casas y edificios construidos con materiales como, cristales metal, realizaron sus descargas en los antiguos ríos o bien en canales construidos para tal fin y se eliminaron áreas verdes y en ocasiones se desarrollaron otras. Finalmente, el paisaje natural original desapareció para dar paso a uno creado artificialmente. Se ha establecido, con el paso del tiempo, una diferencia notable: la separación urbano-rural.

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