Mario Molina siempre estuvo preocupado por el bienestar de la humanidad

ICAyCC en los medios, José Agustín García Reynoso, Luis Gerardo Ruiz Suárez, Telma Gloria Castro Romero
Mario Molina

 

Daniel Francisco  | Gaceta UNAM    

A 30 años de que le fuera concedido el Premio Nobel de Química y a cinco de su fallecimiento, el científico es recordado por académicos que convivieron con él

Una de las tareas más importantes de Mario Molina fue convencer a la sociedad, a los políticos e incluso a los propios científicos de la magnitud del problema ambiental al que se enfrentaba la humanidad, señalaron los académicos que convivieron de manera cercana con el universitario.

A 30 años de que le otorgaran el Premio Nobel de Química y a cinco de su fallecimiento, Gaceta UNAM conversó sobre este destacado científico con Francisco Barnés de Castro, exrector; Eduardo Bárzana, director ejecutivo del Centro Mario Molina, y con los investigadores Telma Castro, José García Reynoso y Gerardo Ruiz Suárez.

Bárzana afirmó que Molina trató un asunto que afectaba a la humanidad. “Son investigaciones experimentales y teóricas que demostraban que los clorofluorocarbonos, compuestos empleados en sistemas de refrigeración y aerosoles, reaccionaban con el ozono que protege a la superficie terrestre de los dañinos rayos ultravioleta”.

Añadió que estas sustancias cuando llegaban a la estratósfera empezaban a degradar el ozono en un área ubicada sobre la Antártida. “Y Mario Molina, gracias a sus investigaciones, demostró que esa era la causa, y eso lo llevó al Premio Nobel de Química y a promover en 1987 la firma del Protocolo de Montreal, en el que una gran cantidad de países acordaron evitar y reducir el uso de los clorofluorocarbonos”.

Alertar a la sociedad

La investigación no podía quedar sólo en un paper para el consumo de sus pares. En una entrevista con la Revista de la Universidad de México (https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/e1f57c3b-96b1-4bba-a6fd-a5518f5e425e/entrevista-con-mario-molina-el-cambio-climatico-modelar-lo-invisible), Mario Molina señaló: “Teníamos que comunicar esto a la sociedad, no nada más a la comunidad científica y a los tomadores de decisiones en el gobierno”.

Francisco Barnés de Castro, exdirector de la Facultad de Química, recalcó que Molina “estaba perfectamente consciente de que había que convencer a la sociedad de que era necesario tomar medidas de política pública cuando se tenía un desarrollo, un nuevo conocimiento que permitía suponer que, de continuar por un camino, habría un daño”.

En ese mismo sentido, Telma Castro, del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático (ICAyCC), recordó que en una de las presentaciones del Nobel –que ella revisaba a petición suya–, encontró esta acotación: “¡¡¡Hay que convencer a los políticos!!!” Así, con esos tres signos de admiración al inicio y al final.

Barnés de Castro, exdirector del Instituto Mexicano del Petróleo, evocó a su compañero de estudios en Berkeley (Universidad de California): “Los cinco años de convivencia con él me permitieron conocer a un Mario Molina brillante, con una facilidad enorme para asimilar los conocimientos y compartirlos. Era un hombre de una enorme sencillez, extraordinario sentido del humor, siempre capaz de reírse de sí mismo antes que reírse de alguien más”.

Mario Molina, subrayó, “era uno de los científicos más distinguidos que conformaban las dos o tres centenas de asesores internacionales que colaboraban con las Naciones Unidas para entender y analizar la información que se estaba generando en todo el mundo sobre cambio climático”.

Un hombre generoso

Cuando le otorgaron el Premio Nobel recibió aproximadamente 300 mil dólares, indicó Barnés de Castro, y precisó: “Mario decidió utilizar los primeros 100 mil dólares para pagar la hipoteca de la casa que se acababa de comprar. Le cedió cien mil dólares al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), donde trabajaba en aquel momento, para que se formara un fondo que permitiera invitar a estudiantes y profesores latinoamericanos para estudiar temas de química atmosférica. Y se puso en contacto conmigo para ver si podíamos hacer algo similar en México con los otros 100 mil dólares”.

Se logró crear un fondo para otorgar becas a estudiantes de posgrado y profesores que quisieran hacer una estancia de investigación en el MIT sobre temas de química ambiental.

Ese fondo, abundó, “estuvo muchos años operándose en Conacyt y, finalmente, cuando se disolvieron los fideicomisos, el fondo pasó a manos del ya creado Centro Mario Molina. Eso habla de su generosidad. Cuando acepta la invitación de la Universidad de California en San Diego, quiso dedicar un tiempo importante para promover el desarrollo científico y las actividades en México. Y lo convencimos de la conveniencia de crear el Centro de Investigación sobre Energía y Cambio Climático, Energía y Medio Ambiente. Lo acabamos convenciendo de que había que añadirle su nombre. Hoy es el Centro Mario Molina”.

Eduardo Bárzana precisó que Molina dispuso que tenía una responsabilidad con el país que lo había formado. “Y entonces decidió crear ese espacio, en donde se realizaron estudios muy importantes para reducir la contaminación atmosférica del Valle de México, relacionada entre otros aspectos con las emisiones a la atmósfera de dióxido de carbono y otros gases contaminantes. En ello, el Centro Mario Molina tuvo una relación de intercambio con universidades, tanto en investigación conjunta como en la contratación de egresados en Ingeniería Química”.

Dirigir este Centro representa un privilegio y una gran responsabilidad, indicó Bárzana, porque es una tarea enorme cumplir con su legado y con esa cercanía que tuvo el doctor Mario Molina con su país, promoviendo el bien de la humanidad, en relación a diversos temas ambientales”.

El mentor

Telma Castro, investigadora del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático y tesista de Mario Molina, recalcó que la labor del científico no se quedó sólo en el ámbito puramente académico; a su regreso a México se entregó a la tarea de vincular el conocimiento con las políticas ambientales y energéticas.

Siempre interesado en el desarrollo y difusión del saber, aceptó la invitación para ocupar el cargo de presidente del Consejo Editorial de la revista Atmósfera del Centro de Ciencias de la Atmósfera desde el año 2012, aportando su visión crítica a los artículos publicados durante este tiempo, añadió.

Castro conoció al Nobel en 1991 en una reunión de expertos internacionales en química de la atmósfera durante el 75 aniversario de la Facultad de Química. “En ese entonces, ofreció dirigir trabajos de doctorado de estudiantes de la Facultad, comprometiéndose a venir a México dos veces al año y además recibir a los estudiantes en su laboratorio en el MIT. En 1992 presenté el examen de candidatura al doctorado en el posgrado de Ciencias Químicas, donde Molina fungió como presidente del jurado. Fue así que, posteriormente, desarrollé la tesis de doctorado bajo su dirección, graduándome en marzo 1995”.

Un año después la invitó a una estancia posdoctoral a su laboratorio en el MIT. “Me dediqué a leer varios artículos y libros sobre aerosoles y cada vez que teníamos reunión de trabajo me decía que iba bien, pero siempre me recomendaba que tratara de pensar, que los problemas ‘se deben de abordar en una forma sencilla y después se pueden ir complicando’. En una de esas presentaciones me encontré en la ultima diapositiva, aquello de que había que convencer a los políticos”.

José García Reynoso, del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático, quien trabajó con Molina en el MIT, afirmó que convivir con él “era como si trabajaras con el mejor compañero que tuvieras en la Facultad. Era curioso, humilde, sincero, preguntaba. Tenía facilidad de palabra, lo mismo hablaba de forma muy técnica, con los tomadores de decisiones, que con los estudiantes y colegas. Escuchaba los diferentes puntos de vista y lograba llegar a acuerdos”.

Gerardo Ruiz Suárez, investigador del ICAyCC, lo conoció en 1990 cuando regresó a México con la intención de apoyar la investigación relativa a la contaminación atmosférica. “En la Facultad de Química hizo una propuesta de ayudar a investigadores jóvenes emergentes a desarrollar su línea de estudio. Consiguió un grupo de líderes académicos muy importantes en Estados Unidos sobre contaminación atmosférica que actuaron como tutores de alumnos de posgrado”.


Hitos en su carrera

1960-1965: cursa la carrera de Ingeniería Química en la UNAM.

1965-1967: realiza un posgrado en la Universidad de Friburgo, Alemania, en cinética de polimerización.

1968-1972: hace el doctorado en Fisicoquímica en la Universidad de California, en Berkeley, Estados Unidos.

1974: con Frank Sherwood Rowland publica un artículo en la revista Nature en donde explican que los compuestos químicos denominados clorofluorocarbonos (CFCs), usados en la industria de aerosoles y refrigeración, pueden desintegrar la capa de ozono.

1982: profesor en el Laboratorio de Propulsión a Chorro del Instituto Tecnológico de California.

1989: investiga y da clases en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Boston.

1993: miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.

1995: recibe el Premio Nobel de Química junto con su colega Frank Sherwood, y el holandés Paul Crutzen, por sus investigaciones sobre la química atmosférica y la desintegración de la capa de ozono.

1996: doctor honoris causa por la Universidad Nacional Autónoma de México.

1999: recibe el Premio Sasakawa del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

2004: funda el Centro Mario Molina para Estudios Estratégicos sobre Energía y Medio Ambiente, AC, en Ciudad de México.

2010: miembro del Comité del Consejo Interacadémico para Revisión del Panel Intergubernamental de Cambio Climático.

2011: ingresa al Consejo de Asesores de Ciencia y Tecnología del presidente de Estados Unidos.

2015: participa en la COP21. Trabaja para la reducción de hidrofluorocarbonos y su inclusión en el Protocolo de Montreal.

2016: continúa trabajando en la política de la ciencia del cambio climático e impulsando acciones globales en favor del desarrollo sustentable a la par de un desarrollo económico vigoroso.

CON INFORMACIÓN DEL CENTRO MARIO MOLINA

Vía: Gaceta UNAM

 

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